Ultimamente se habla mucho del aceite de palma, os dejo un articulo que apareció hace unas semanas en el diario EL PAIS sobre el tema, espero que os guste.
Si
mira en su despensa, no lo verá a primera vista, pero es muy probable que el
aceite de palma esté ahí, en gran parte de los alimentos que almacena. Haga la
prueba y revise la etiqueta de sus galletas, aperitivos, untables, chocolates,
bollería, sopas instantáneas, pizzas o helados.
El
ingrediente, que a veces aparece camuflado bajo otras denominaciones, como
aceite de palmiste, estearina de palma o incluso el nombre de la especie de la
que procede, Elaeis guineensis, es el rey de los productos ultra procesados, la
grasa estrella para la industria alimentaria. En las últimas semanas, está en
boca de todos.
La
polémica sobre su uso ha alcanzado tales dimensiones que varias cadenas de
supermercados han anunciado su intención de prescindir del aceite de palma en
sus productos de marca blanca e incluso el Congreso de los Diputados ha
aprobado una proposición no de ley que, entre otras disposiciones, insta al
Gobierno a restringir el acceso a los productos con aceite de palma por parte
de la población infantil.
La
Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN)
también ha recordado en un comunicado que «se está trabajando con la industria
alimentaria y otros agentes implicados en la reformulación o mejora de la
composición de los alimentos», lo que incluye la sustitución de las grasas
empleadas «por otras vegetales más saludables».
Pero,
¿qué efectos tiene sobre la salud?, ¿por qué se ha convertido en el último
demonio de la alimentación?
En
primer lugar, el aceite de palma es muy rico en grasas saturadas, por lo que
«no es recomendable en un contexto de dieta saludable, ya que eleva el
colesterol y puede favorecer la aterosclerosis y enfermedades
cardiovasculares», señala la AECOSAN, que recuerda que las recomendaciones de
la Organización Mundial de la Salud (OMS) aconsejan reducir la ingesta de estas
grasas y limitar su consumo a menos del 10% de las calorías totales de la dieta
(un máximo de 20-22 gramos de grasa saturada al día para un régimen aproximado
de 2.000 kcal).
Al
igual que la agencia, muchas voces, como la Asociación Española de Pediatría,
se han manifestado en las últimas semanas asemejando el perfil de este aceite
con el de otros productos ricos en grasas saturadas y señalando que al margen
de la recomendación general de limitar el consumo de estas grasas «no existen
datos específicos concluyentes sobre el consumo de aceite de palma, sobre todo
cuando se estudia en el contexto de una dieta equilibrada».
Sin
embargo, otros especialistas, como Aitor Sánchez, dietista-nutricionista,
tecnólogo alimentario y divulgador científico, consideran que este argumento
«supone una simplificación enorme porque hace tiempo que sabemos que no todas
las grasas saturadas son iguales». El perfil de estas grasas, explica, depende
mucho de sus características. «Y resulta que el aceite de palma está compuesto
principalmente por ácido palmítico, que se ha demostrado como uno de los menos
saludables dentro de los saturados, tanto a nivel cardiovascular como en la
relación que tiene con la aparición de diferentes patologías, como el cáncer».
Lo más preocupante, subraya, es que para su empleo en la industria, el aceite
se somete a un proceso de refinado en el que se forman ciertas sustancias, como
el glicidol, sus ésteres y los MCPD (monocloropropanodiol). Estas moléculas que
aparecen al calentar la grasa a altas temperaturas (superiores a 200 grados) se
han asociado con un mayor riesgo de problemas como el cáncer.
La
Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha publicado recientemente un
informe en el que precisamente advierte sobre la excesiva exposición de los
consumidores ante estos compuestos, que no sólo se forman en el proceso de
obtención de aceite de palma para uso industrial sino también, en mayor o menor
medida, en otros aceites vegetales que se refinan.
Este
refinado es fundamental para aportar al aceite algunas de sus propiedades más
apreciadas por la industria, como su sabor neutro. «Además confiere una buena
textura, permite que el producto se mantenga sólido a temperatura ambiente y se
deshaga en la boca, le da estabilidad... También es muy barato, por lo que su
uso es realmente rentable para las compañías», añade Miguel Ángel Martínez,
catedrático de Medicina y Salud Pública de la Universidad de Navarra y uno de
los principales investigadores sobre la dieta mediterránea en nuestro país,
quien recuerda que un tercio del consumo mundial del aceite vegetal procede del
aceite de palma pese a que su empleo masivo no sólo tiene consecuencias para la
salud, sino también éticas y medioambientales.
Por
todos estos motivos, no es la primera vez que el aceite de palma se pone en la
picota pública. Sin embargo, hasta hace apenas tres años, su uso permanecía en
gran medida velado para el gran público ya que la legislación permitía ocultar
su empleo bajo la denominación genérica de «aceites vegetales». Desde que, en
2014, entró en vigor el Reglamento Europeo 1169/2011 sobre la información
alimentaria facilitada al consumidor, es obligatorio especificar el origen de
la grasa que emplea un producto (no es lo mismo usar aceite de oliva, rico en
ácidos grasos mono insaturados, cuyas propiedades se han demostrado
beneficiosas para la salud, que otras grasas), aunque no hay obligación de
mencionar el porcentaje real empleado, algo que reclaman muchos especialistas.
«En
muchos se puede inferir evaluando la cantidad de grasas saturadas que tiene,
pero debería detallarse», asegura Carlos Ríos, dietista-nutricionista y miembro
del colectivo Dietética sin patrocinadores. La información nutricional que
aparece en el etiquetado es muy mejorable, coinciden en señalar los expertos
consultados.
«Ahora
ha saltado la preocupación por el aceite de palma, pero hay situaciones más
escandalosas, como por ejemplo que no sea obligatorio mencionar la presencia de
ácidos grasos trans, cuyos efectos para la salud son mucho más perjudiciales»,
subraya Miguel Ángel Martínez.
No
sólo es legal no detallar la presencia de este ingrediente en los productos
-puede aparecer bajo la denominación de «grasas hidrogenadas o parcialmente
hidrogenadas»-, sino que el porcentaje que se emplea puede integrarse dentro
del porcentaje general de grasas saturadas declaradas pese a que sus efectos
para la salud son mucho más nocivos.
En
el año 2006, un meta análisis publicado en la revista médica The New England
Journal of Medicine demostró que un aumento del 2% de la energía diaria a
través de la ingesta de ácidos grasos trans se relaciona con un incremento del
23% en el riesgo de desarrollar una enfermedad coronaria. La evidencia
científica contra las trans llevó a que algunos países, como Dinamarca,
limitaran duramente su uso en la cadena alimentaria, aunque en la mayoría de
las naciones no se ha elaborado una legislación al respecto de su uso, sino que
la regulación se ha limitado a una serie de recomendaciones para reducir su
empleo a menos de un 2% de la grasa total del producto.
Según
explica el investigador, las trans -que se elaboran mediante un proceso de
hidrogenación de aceites vegetales- nacieron precisamente para ocupar el lugar
de grasas saturadas de origen animal en los productos procesados, después de
que varios estudios asociaran su uso con un aumento del riesgo cardiovascular
sin saber que su perfil era aún peor que el de sus predecesoras. Posteriormente,
el uso del aceite de palma también se potenció como sustituto de las trans,
aunque, nuevamente, no parece la alternativa óptima para la salud de los
consumidores.
La
polémica en torno al aceite de palma ha hecho que mucha gente haya empezado a
buscar productos que en su composición no contengan este ingrediente,
sustituyéndolos por otros que emplean otros tipos de grasa. Sin embargo, para
los expertos en nutrición, esa «no es la solución del problema».
«Un ultra
procesado que no contenga aceite de palma no es por ello más saludable.
Contendrá muy probablemente otras grasas de mala calidad, grandes cantidades de
azúcares, sal y harinas refinadas, cuyo perfil nutricional tampoco es
recomendable», apunta Miguel Ángel Lurueña, especialista en Tecnología de los
Alimentos y consultor científico-tecnológico independiente para empresas
alimentarias. «Se está demonizando el aceite de palma, como también ha pasado
con el azúcar, pero esa no es la cuestión principal. Hay que fijarse en el
alimento en su conjunto. Y si lo que te preocupa es la salud, lo que tienes que
hacer es dejar de comer comida ultra procesada en general, no uno de sus
componentes en concreto», añade.
«No
comemos nutrientes, sino alimentos», subraya en la misma línea Carlos Ríos, que
explica que es fundamental tener en cuenta la «matriz alimentaria», las
interacciones entre todos los componentes de un producto y nuestro organismo.
La «comida real», la que no pasa por un proceso largo de elaboración
industrial, puede ser rica en componentes como los ácidos grasos saturados,
pero, en su conjunto, también posee otros elementos beneficiosos que,
compensan, al menos en parte, los perjuicios asociados a un determinado
nutriente, explica.
Coinciden
con su punto de vista Martínez y Sánchez: «La mejor garantía es apostar por los
alimentos en los que no es necesario mirar la etiqueta, porque no la tienen.
Hay
que basar la dieta en alimentos frescos o mínimamente manipulados, en frutas,
verduras, legumbres, carnes no procesadas, porque esos son saludables al 100%»,
remarcan.
«Muchas
empresas han reaccionado a polémicas como la del aceite de palma retirando el
componente en cuestión, pero reformulando los productos de forma que contengan
ingredientes poco saludables, lo que en definitiva es una estrategia de
márketing que no aporta nada», reflexiona Lurueña, que también critica que las
autoridades reaccionen a golpe de polémicas y sólo pongan parches que no
abordan el problema de la alimentación en su conjunto.
«La
dieta de los españoles, a día de hoy, no es la mediterránea, sino la ultra
procesada y eso tiene una relación directa con el hecho de que las enfermedades
crónicas no transmisibles, como las cardiovasculares y el cáncer sean las
principales causas de mortalidad en nuestro país», coincide Ríos. «Si queremos
que se reduzca el consumo de estos productos procesados insanos, ¿por qué no
utilizar las mismas estrategias que se utilizaron en la lucha contra el tabaco
y fueron efectivas?», expone.
No
se trata de demonizar periódicamente un ingrediente, añade, sino que «la lógica
y el sentido común nos dicen que deberíamos conjugar estrategias como los
impuestos, campañas de concienciación y sensibilización, prohibición de
publicidad, etiquetado del envase, etc. La industria está ejerciendo su poder,
pero necesitamos urgentemente medidas políticas que regulen la situación y que
aumenten la percepción del riesgo entre la población», concluye.
Creo que el mensaje es muy claro, si quieres evitar el aceite de palma o las grasas trans, elimina de tu dieta los alimentos procesados y consume mas frutas y verduras.
Saludos.
Luis Perona
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