Durante
la historia de la humanidad, morir de cáncer de pulmón era una verdadera
rareza. Sin embargo, el consumo masivo de tabaco, que comenzó a finales del
siglo XIX, causó una epidemia mundial. La relación entre el hábito de fumar y
el cáncer comenzó a demostrarse en los 40 y a finales de los 50 las pruebas ya
eran irrefutables. Sin embargo, en 1960 solo un tercio de los médicos de EE UU
creían que el vínculo entre la enfermedad y el tabaquismo era real. A esa
confusión de los médicos y la ciudadanía contribuyó también la ciencia. En
1954, Robert Hockett fue contratado por el Comité de Investigación de la
Industria del Tabaco estadounidense para poner en duda la solidez de los
estudios sobre el daño de los cigarrillos.
Pese
a los esfuerzos de aquella industria, la acumulación de pruebas ha logrado que
la conciencia sobre los peligros de fumar sea casi universal y que las campañas
hayan reducido significativamente el número de fumadores.
Pero
el negocio del tabaco no es el único que manipuló la ciencia para proteger sus
beneficios. Como el tabaquismo, el consumo desmesurado de azúcar es un hábito
enfermizo moderno.
Y
aunque la conciencia sobre los daños del azúcar es algo mucho más reciente,
parece que la propia industria era consciente de ellos desde hace mucho tiempo.
De hecho, Hockett, antes de buscar la protección del tabaco a través de la
confusión, había hecho lo mismo con el azúcar. Entonces, al no poder negar la
relación entre sacarosa y caries, trataba de promover intervenciones de salud
pública que redujesen daño del azúcar en lugar de restringir su consumo.
Compañías
como Pepsi dejaron de financiar estudios al observar que podían demostrar el
daño de sus productos
Esta
semana, un equipo en el que participan Cristin Kearns y Stanton Glantz, investigadores
de la Universidad de California en San Francisco conocidos por señalar los
tejemanejes del negocio azucarero, ha recuperado antiguos documentos que
muestran su forma de trabajar. Según explican en un artículo publicado en la
revista PLOS Biology, la Sugar Research Foundation (SRF), conocida ahora como
Sugar Association, financió en 1965 una revisión en el New England Journal of
Medicine en la que se descartaban indicios que relacionaban el consumo de
azúcar, los niveles de grasa en sangre y la enfermedad cardiaca. Esa misma
fundación también realizó estudios en animales en 1970 para analizar esos
vínculos. Sus resultados encontraron un mayor nivel de colesterol en ratas
alimentadas con azúcar frente a otras alimentadas con almidón, una diferencia que
atribuían a distintas reacciones de los microbios de su intestino. Cuando la
SRF conoció los datos, que apuntaban a una relación entre el consumo de azúcar
y la enfermedad cardiaca e incluso un mayor riesgo de cáncer de vejiga, detuvo
las investigaciones y nunca publicó sus resultados.
Glatz
y sus colegas comentan que este tipo de trabajo propagandístico, dirigido a
sembrar dudas sobre cualquier relación entre el consumo de sacarosa y las
enfermedades crónicas, continúa hoy. Como ejemplo citan una nota de prensa
difundida por la Sugar Association en 2016 como respuesta a un estudio
publicado en la revista Cancer Research. En ella, se ponían en duda los datos
obtenidos por un equipo del Centro para el Cáncer MD Anderson de la Universidad
de Texas en el que se observó en ratones que el consumo de azúcar favorecía el
crecimiento de tumores y la metástasis.
Estrategias
vigentes
Las
estrategias de la industria azucarera del pasado continúan vigentes. Como
cuando Hockett proponía paliar el impacto del consumo del azúcar en la caries
sin reducir su consumo, hoy, compañías como Coca-Cola centran el foco en la
necesidad de hacer ejercicio para reducir la obesidad dejando a un lado la de
reducir el consumo de azúcar.
En
una entrevista con El País, Dana Small, una científica de la Universidad de
Yale que trabaja para entender la manera en que el entorno moderno, desde la
alimentación a la contaminación, favorece la obesidad, comentaba su experiencia
colaborando con Pepsi. Pese a que reconoce que los directivos de la compañía
tenían buenas intenciones cuando comenzaron a financiar proyectos sobre
alimentación y salud, cuenta que todo funcionó bien hasta que tuvieron
“resultados que indicaban que sus productos podían estar haciendo daño”. No
podían asumir que conocían los peligros de sus productos para la salud, porque
esa información se podría utilizar contra ellos en futuras demandas. “Dejaron
de financiarme la semana siguiente y a los científicos con los que estaba
trabajando, les confiscaron los ordenadores”, relataba.
Glanz
considera que la actitud de las asociaciones azucareras “cuestionan los
estudios financiados por la industria del azúcar como una fuente fiable de
información para la elaboración de políticas públicas”. Small, sin embargo,
consideraba que la industria del azúcar y la de la alimentación en general es
demasiado grande como para obviarla. En su opinión es necesario buscar formas
para proteger este tipo de colaboración de tal manera que ambas partes puedan
trabajar de forma honesta “sin tener que preocuparse por secretos comerciales o
ser demandada”
Si las empresas de comida procesada, no quieren que se publiquen esos análisis, ¿por que crees que será? ¿por que les interesa tu salud, o sus beneficios?
Tu decides.
Saludos.
Luis Perona.